Desarrollo Personal a través de la Creatividad

Gran Era del Amor

sábado, 27 de diciembre de 2014

Las enseñanzas de una mariposa


Al principio la mariposa es fea. Se arrastra de una manera viscosa, pues deja un reguero de babas por doquier. Es frágil y ni siquiera conserva su nombre; de hecho la gente la tilda de oruga. ¡Bueno así se llama!

Los demás animales gozan viéndola así. Los que más disfrutan de su fealdad son el ‘maleducado’ sapo y el ‘asqueroso’ murciélago; ellos creen que al lado de la oruga ‘resplandecen’.

Dicen que cuando este insecto se encuentra en la primera fase de su vida, no para de llorar. Los que saben interpretar las señales de la naturaleza, aseguran que la mucosidad de su piel es sólo la huella de un corazón derretido por el desprecio.

Sin embargo, ese llanto es el inicio de una metamorfosis. En cada lágrima de la oruga hay un poema de ternura infinita. La humedad de sus ojos representa todo lo sublime que encierra el alma de este singular animal.



Y es que cuando el tiempo pasa, esa oruga se convierte en una mariposa, de bellos y brillantes colores; algunas de ellas son enigmáticas. Sin embargo, todas encierran una belleza desbordante.

Lo mejor de ella es que cuando crece no olvida su procedencia y siempre guarda su espíritu noble. Eso no le impide vivir con grandeza. Es más, ella se pinta los labios con el polen de las flores y nos regala el perfume de las rosas.

Muchos son como las mariposas, llevan la belleza escondida en el fondo de su ser a la espera de un futuro cambio. Sí, también lloran como la oruga. Lo que ignoran es que esas lágrimas se cristalizarán no en dolores, sino en fuerzas para continuar y emprender el vuelo de las mariposas.

Podemos estar sumergidos hoy en un capullo de confusiones, pero debemos entender que el volar sólo podrá llegar después de luchar por nuestras metas.

Algunas veces las luchas son lo que necesitamos en la vida. Si Dios nos permitiese progresar sin obstáculos, nos convertiría en inválidos. No podríamos crecer y ser tan fuertes como lo somos hoy día.

Y si vencemos y volamos, como Dios lo espera, debemos tener presente nuestro origen; así como lo hace la mariposa. Jamás olvide su nobleza.


Euclides Ardila Rueda - Fuente: Vanguardia

viernes, 19 de diciembre de 2014

Leyenda de la mariposa azul

 

Había un señor viudo que vivía con sus dos hijas curiosas e inteligentes. Las niñas siempre le cuestionaban todo, hacían muchas preguntas a las que el padre a veces sabía responder, pero en ocasiones no se sentía con la sabiduría suficiente como para aclarar las dudas que ellas manifestaban. Como pretendía brindarles la mejor educación, mandó a las niñas de vacaciones con un sabio que vivía en lo alto de una colina.
   El sabio siempre respondía todas las preguntas sin siquiera dudar. Impacientes con el maestro, las jóvenes decidieron inventar una pregunta que él no pudiera responder correctamente.
   Entonces, una de ellas apareció con una hermosa mariposa azul que usaría para engañar al sabio. 
-¿Qué vas a hacer? –preguntó la hermana. –Voy a esconder la mariposa en mis manos y le voy a preguntar si está viva o muerta. Si él dice que está muerta, abriré mis manos y la dejaré volar. Si dice que está viva, la apretaré y la mataré. Así, cualquiera que sea su respuesta, ésta será equivocada.
   Las dos niñas fueron entonces al encuentro del sabio que estaba meditando.
-Tengo aquí una mariposa azul, dígame, sabio, ¿está viva o muerta?. Muy calmadamente el sabio sonrió y respondió: -Depende de ti…ella está en tus manos…
   Así es nuestra vida, nuestro presente y nuestro futuro. No debemos culpar a nadie cuando algo falla, somos responsables por lo que juzgamos bueno o malo. Nuestra vida está en nuestras manos, como la mariposa azul. Nos toca a nosotros escoger qué hacer con ella y hacernos cargo de las consecuencias.

viernes, 12 de diciembre de 2014

Anita y la Mariposa


Anita tiene una mariposa de colores tan vivos, que al sol parecen reflejos maravillosos. Esa mariposa soy yo, y contaré mi pequeña historia desde mi jaulita: 
-Una tarde de verano, andaba yo de flor de flor en flor, llevando conmigo el néctar que libaba de cada rosal, cuando sentí que algo me cubría. Era como un velo transparente que cayó sobre mi cuerpo, sin poder evitarlo. 
Muy pronto me di cuenta de lo que estaba sucediendo. Yo era prisionera de una niña que coleccionaba mariposas.
Dentro del colador, mis alitas dejaron de moverse pero luego, Anita se sentó en la hierba, me tomó entre sus manitas con mucho cuidado y me posó en la falda de su vestido, mientras me hablaba dulcemente.
-¿Sabes que eres hermosa, querida mariposita? Tus colores, se parecen a los del arcoiris. ¿Nunca te has mirado en el espejo?
Pero yo pensaba en silencio: -Las mariposas no sabemos de esas cosas, solo queremos volar y volar, disfrutar el aire puro, y libar las flores de los jardines. Si me pudiera escapar, todo sería diferente, no quiero terminar disecada y pegada en una cartulina.
La niña, continuó su charla muy risueña, ajena a lo que yo pensaba.
-Mariposita, hoy es mi cumpleaños. ¿Quieres ir a mi fiesta?. 
Al oír esto, cerré los ojos avergonzada, mientras me decia: 
-Las mariposas no sabemos hacer regalos. Y si escapo, ella va a llorar por mi culpa. ¡UF!,,¡Allá voy! Anita se quedó llorando cuando eché a volar, pero quiero ir hacia el jardin. Esa no, aquella no, la otra no, ésta, esta es la más bella. 
-Me acabo de posar en su faldita nuevamente. Ahora, Anita está mirando la flor, y me lleva de regreso a la jaulita,,pero no ha cerrado la puerta. Yo puedo entrar y salir cada vez que quiera.¡Ah!, Anita me llevó a su fiesta de cumpleaños. Me ha convertido en su mascota, y me dijo muy contenta que ¡Siempre seré libre!


Por Priscila Silvia Arcia

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Cuento de la mariposa


Por Hans Christian Andersen

La mariposa iba en busca de novia, y, naturalmente, pensaba en una linda florecilla. Las estuvo examinando. Todas permanecían calladas y discretas en su tallo, como es propio de las doncellas no prometidas. Pero había tantas, que la elección resultaba difícil, y no sabiendo la mariposa qué partido tomar, voló hacia la margarita. Los franceses han descubierto que esta flor posee el don de profecía; por eso la consultan los novios, arrancándole hoja tras hoja y dirigiéndole cada vez una pregunta relativa a la persona amada: «¿De corazón?», «¿Por encima de todo?», «¿Un poquito?», «¿Nada en absoluto?», etc. Cada cual pregunta en su lengua, y la mariposa acudió a interrogar a su vez, pero en vez de arrancar las hojas las besaba, creyendo que como se llega más lejos es con el empleo de buenos modales. ¡Dulce Margarita! -dijo- Es usted la señora más inteligente de todas las flores, y puede predecirme lo por venir. Dígame, por favor, ¿cuál será mi novia? ¿Cuál me querrá? Cuando lo sepa, podré volar directamente a ella y solicitarla. Pero Margarita no respondió. Se había molestado al oírse tratar de «señora», cuando era una joven doncella, y entonces no se es señora. La mariposa repitió su pregunta por segunda y tercera vez, pero viendo que obtenía la callada por respuesta, emprendió el vuelo, resuelta a buscar novia por su cuenta. La primavera se hallaba en sus comienzos; en gran profusión florecían las campanillas blancas y los azafranes. «Son muy lindas -dijo la mariposa-, unas pequeñas preciosas, pero demasiado pollitas». Se había fijado en que los mozos las preferían mayores. Voló entonces a las anémonas, pero las encontró un tanto secas, y luego a las violetas, que le resultaron demasiado románticas. Los tulipanes eran orgullosos; los narcisos, plebeyos; las flores del tilo, demasiado pequeñas y con excesiva parentela. Las del manzano, si bien es cierto que parecían rosas, florecían hoy y se caían mañana, según soplara el viento; sería un matrimonio muy breve, pensó. La flor del guisante fue la que estimó más apropiada; era roja y blanca, fina y delicada, y pertenecía a la clase de las doncellas caseras, que son guapetonas y, al mismo tiempo, saben desenvolverse en la cocina. Iba ya a declarársele, cuando de pronto vio a su lado una vaina con una flor marchita en la punta. ¿Quién es esa? -preguntó. Es mi hermana -respondió la flor de guisante. ¡Caramba, así es como será usted más tarde! La mariposa se asustó y siguió volando. La madreselva florida colgaba sobre la valla. Eran muchas señoritas de caras largas y piel amarilla; no le gustó la especie. ¿Qué le gustaba, pues? Pregúntaselo a ella. Pasó la primavera, pasó el verano y vino el otoño, y la mariposa seguía sin decidirse. Las flores llevaban entonces magníficos ropajes; pero, ¿qué se sacaba con eso? Les faltaba el espíritu juvenil, fresco y fragante. El corazón, cuando envejece, quiere aroma, y ésta no se encuentra precisamente en las dalias y las alteas. Por eso la mariposa se dirigió a la menta crespa. Verdad es que no tiene flores, pero en realidad toda ella es una flor, huele de pies a cabeza, hay fragancia en cada una de sus hojas. ¡Me quedaré con ella! Y, finalmente, la solicitó. Pero la menta permanecía tiesa y callada, hasta que, al fin, dijo: - Amigos, bueno, pero nada más. Yo soy vieja, y usted también; podemos perfectamente vivir el uno para el otro, pero casarnos, de ningún modo. No cometamos sandeces a nuestra edad. Y así fue cómo la mariposa se quedó sin mujer. Se había pasado demasiado tiempo buscando, y esto no debe hacerse. Acabó siendo lo que se dice un solterón. Otoño estaba muy avanzado, con lluvias y tiempo turbio. Un viento frío soplaba sobre los viejos sauces, cuyo interior crujía. No daba ya gusto salir de paseo en traje de verano; pronto se le quitaban a uno las ganas. Pero la mariposa no revoloteaba ya por el campo; por casualidad había encontrado un refugio, con estufa encendida. Reinaba allí una temperatura veraniega, y se podía vivir muy bien. «Pero no basta con vivir -decía-. ¡Hacen falta el sol, la libertad y una florecilla!». Y de un vuelo se fue al cristal de la ventana. La vieron, la admiraron y, traspasándola con una aguja, la depositaron en el cajón de las cosas raras. Más no habrían podido hacer por ella. Ahora estoy en un tallo, como una flor -dijo la mariposa aunque, bien mirado, no resulta muy agradable. Viene a ser como el matrimonio, uno está bien asentado. Y con esto se consoló. ¡Pobre consuelo! -observaron las flores de la maceta del cuarto. No hay que fiarse mucho de las flores de tiesto -dijo la mariposa-; alternan demasiado con las personas.